Bajo un fresco y estrellado cielo de otoño los miembros de una variopinta caravana se dispusieron a cenar. Antes del anochecer habían preparado las hogueras sobre las que en calderos hervían en agua y vino trozos de cordero, especias, nabos y cantidad ingente de cebolla. El caldo ya olía a gloria y entre el espesor de la verdura deshecha la carne bullía sabrosa y tierna.
Entre los comensales se encontraban labriegos, mercaderes y comediantes llegados de distintos lugares atraídos por las
riquezas del Reino de Scimas, así como algunas familias en busca de una nueva
oportunidad de trabajo. Entremezclados,
la larga ruta les había convertido en una gran familia y pasando ya por alto la
alcurnia de cada cual, compartían
conversación y sueños de futuro. Su destino, la ciudad de Telia, quedaba
ya a poco menos de un día. Cenaron a cuerpo de rey y tras acostar a los niños en los carromatos se dispusieron a
compartir otra breve velada de amable conversación antes de ir a dormir. El aire
ululaba dulce entre los árboles y con mantas se apretujaron en torno a las
fogatas mientras algunos de ellos montaban guardia por estrictos turnos ya
pactados.
Una lechuza comenzó a cantar, algunos
ratoncillos de campo correteaban temerosos atraídos por el sugerente aroma de
las sobras y entre la música que les otorgaba la diosa Natura un extraño sonido
les hizo prestar atención.
-¿Habéis escuchado?- preguntó un
gordito mercader agarrado a una jarra de vino.
-Si, parece la risa de un niño- contestó alguien.
-Debe ser un cárabo, su voz se asemeja mucho a los
gritos de los niños.-
-Si,
pero parecía más una risita o un
alegre parloteo.-
Mientras así comentaban el aire les
trajo de nuevo aquel dulce y risueño sonido que les hizo poner en pie y
antorchas en mano rebuscar a su alrededor. ¿Un niño perdido en mitad del campo?
Lo más seguro es que perteneciese a algún grupo acampado cerca suya, mas no
vieron fuego en la distancia ni a nadie en las cercanías. Acordaron pues que
el viento traería los sonidos desde la
lejanía o algún animal merodeante sería el
responsable de semejante sonido. Mas, cuando entre la arboleda
regresaban se dieron cuenta que daban vueltas en círculo y no avistaban el
campamento. Nerviosos, entrevieron una
explanada y tras ella reconocieron el altísimo árbol bajo el cual habían
acampado. Decididos a cruzarla, cuál fue su sorpresa al descubrir que en medio
de esta y oculta bajo una exuberante vegetación
se hallaba una gran construcción circular de piedra. Curiosos, se
aproximaron para verla más de cerca y fácilmente reconocieron un anciano túmulo
sepulcral abandonado desde hacía ya mucho tiempo. Tenía signos de haber sido saqueado, pues la losa que taponaba la entrada estaba movida dejando entrever su tenebroso pasadizo y, a un paso, un caballo
de piedra que les llegaba hasta la cintura parecía aguardar paciente a su dueño escondido bajo la maleza y el moho. Temerosos, no quisieron molestar mucho a los eternos durmientes que allí se encontrasen y
a paso ligero regresaron junto a sus carromatos.
Quisieron acostarse de inmediato, mas
cuando los que allí les esperaban les
vieron llegar con faz asustada,
accedieron a sentarse y comentar el hallazgo. Finalizado el relato, el silencio
se apoderó de ellos y de forma instintiva el oído exploraba el aire para captar cualquier sonido fuera de lo
normal. Al rato de sólo escuchar las ramas de los árboles balancearse,
decidieron que era hora de echarse a descansar, eso sí, la guardia espeluznada además
de espada y garrote se armó con amuletos. Decididos, los guardianes se pusieron
en pie, mas uno de los comensales que había escuchado lo acontecido les pidió
sonriente que volviesen a tomar asiento en torno suya. Este se llamaba Bártix y
era un maduro bardo que había recorrido multitud de lugares relatando gestas,
leyendas y cancioneros tanto de reales como imaginarias tierras.
Curiosos, los que allí restaban se
sentaron mientras apagaban las fogatas y se aferraban a sus abrigos y mantas.
Bártix sacó un laúd y con suave voz y música, para no despertar a los ya
dormidos, les cantó una vieja trova del lugar:
Balada del
Rey Hullodín
De las luchas en los
montes de Telia
con sus huestes
Hullodín regresó,
feliz de sangrienta
victoria
la mágica noche de
Samhain le cubrió.
El llanto de un niño
triste
llamó gélida su
atención
rebuscó entre
arbustos y árboles
y atrapado en pétrea
tumba le halló.
Pequeño, le habló
¿Que haces aquí?
con viejos ropajes
te encuentro sin pan
¿Tienes hogar?¿sabes
tornar?
Conmigo, si quieres,
puedes marchar
Señor aquí desperté
sin nadie con quién
hablar
llevadme con vos os
lo ruego,
pues no logro
recordar
Dos días pasó en
Palacio
montando, riendo y de tierno amar
a todos otorgó
alegría
mas pronto quiso
regresar
Pequeño, le habló
¿Que haces aquí?
con viejos ropajes
te encuentro sin pan
¿Tienes hogar?¿sabes
tornar?
Conmigo, si quieres,
puedes marchar
Señor mis padres me
llaman
llevadme de nuevo al lugar,
donde este mundo
camina hacia el otro
y el cielo se funde
en el mar.
De día al sitio
llegaron
montando a un
bello corcel
que aquel el niño
sin nombre llamaba
"Azul" del
atardecer
Entró tras
darle un beso
al Rey que emocionado esperó,
mas al poco con
llanto y amargura
en su busca tras él
se adentró.
"No lloréis por
mí"
su voz escuchó
mas su cuerpo no
halló,
"con los míos
vuelvo a estar,
feliz viviré,
por siempre en la
eternidad".
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